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MURIÓ POR EXCESO DE VIDA

Ramón rocha Monroy

Tuve los tres tomos de El Loco y los escarbé más que leí en el dígito 2 de mi vida. Guardo de esa lectura dispersa una imagen imborrable: el pintor llega a su habitación y encuentra una mujer vieja sentada al pie de la cucha. Quiere echarla y ella protesta: es su amiga más fiel y constante, y jamás lo habrá de dejar. Se llama Miseria. En La Casilla Vacía usé la imagen de esa mujer, pero la llamé Soledad. Del mismo modo, El run run de la calavera y Ladies Night son obras tributarias de la presencia de Arturo Borda en el imaginario nacional.

En El run run..., obra que tiene la influencia de la escritora mexicana Elena Garro y en su segunda parte testimonia mi deslumbramiento por la obra de Boris Vian, tres personajes -uno de ellos es Arturo Borda- abren la puerta del changarro donde chupan y aparecen en la fiesta de muertos de Pocona.

Por último, en Ladies Night hay otro demiurgo de la noche paceña que fue tributario de la trinidad antes citada: es Jorge Sanjinés, nuestro entrañable Picasso. Cuando me desaliento de este oficio de contar historias, me consuela saber que acaso la escena del velorio de Picasso en la plaza Pérez Velasco, rodeado su catafalco de putas, cleferos, mariachis y otras criaturas de la noche, pudo haber postulado a recibir la aprobación de Arturo Borda. La escena recurrente del velorio multitudinario y, en general, la presencia constante de la muerte en casi todo lo que escribo, son tal vez un tributo a ese incontrolable instinto de autodestrucción que obró en el ánimo de Toqui Borda para beber la última copa. Ese aguarrás que le dio la dueña de una tienda, concentraba en un coctel maligno todo ese élan mortal, no vital, tan característico de la personalidad del gran pintor.

Toqui Borda murió por exceso de vida; quizá por eso marcó una pauta mítica en el comportamiento de la bohemia paceña, pero también en una o varias generaciones, incluida la mía, formadas en la filosofía del exceso.

ARTURO BORDA

martes, 10 de enero de 2012

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